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Hay gente que sencillamente no debiera reproducirse. Eso es un hecho que no discutiré pues es indiscutible y es también casi todo lo que pienso mientras manejo solo y algo borracho por la carretera central un sábado a las 8pm. Estoy volviendo a Lima envenenado y he puesto un CD de los Replacements, porque me gustan mucho, esquivo una batida e identifico detenido otro borracho al volante, me río de él y él, por ejemplo, él no debiera reproducirse.

Carlota y Carlos se han casado y probablemente serán inmensamente felices. Todo parece indicar que así será. Carlota es lo suficientemente entusiasta, hipocondríaca y tenaz y Carlos lo suficientemente paciente: lo suficientemente huevón. Diría que está casi garantizado.

La ceremonia ha sido en Chaclacayo y la fiesta en Los Cóndores. No en una bonita casa de Los Cóndores, amplia, con jardín que parece cancha de golf y terrazas con sombrillas y piscina turquesa sobre plataforma de laja, sino más bien en una modesta casa de Los Cóndores, con piscina vacía y jardín que asemeja un bosque encantado, poco acabado, exuberante y azul, hasta donde eso es posible y sólo parcialmente ridículo.

La misa empezaba a la 1pm y por supuesto llegué tarde. Ya había empezado la misa cuando estacioné a Satanás detrás de un BMW negro, muy lejos del sardinel, y fue bueno que llegara tarde porque fuera de la ermita una tía espeluznante le gritaba a otra, no menos espeluznante.

¡Usted, que se arrodilla frente a los ojos de Dios, usted, ¿quién mierda se ha creído para interrumpir la comunión? Se va a ir al infierno!

La miro, me mira, le sonrío y ella, por ejemplo, ella no debió haberse reproducido. Pero lamentablemente ya lo hizo. Y, de hecho, 7 abominables veces.

Entonces entré, atravesé el umbral de la ermita y me quité los lentes oscuros. Ya había tomado 4 cervezas, quizás 5 cervezas, y básicamente estaba feliz con el mundo. En principio no iba tarde, había salido muy temprano de Lima a pesar de dormir muy poco, pero cuando pasaba la plaza o parque central de Chaclacayo identifiqué una bodega abierta y supe que era necesario beber. Paseando, buscando aquella casa triste en la que mis papás pasaron sus primeros años de casados antes de mudarse al departamento de la Avenida Pardo, se me habían pasado los minutos.

Ya dentro, junto a dos tíos que se susurraban acerca del culo de una de mis primas recientemente bajada de peso, pensé que esos gritos en la calle, el que he citado y otros algo menos entretenidos, habían sido positivos, que por lo menos eran un buen augurio y que esta tarde, esta fiesta a la que detestaba asistir no sería tan aburrida, quizás sería soportable, y que si seguía tomando tan solo alimentaría esta suerte.

La ceremonia, no lo negaré, fue bonita. Si no sufriera de una vergüenza consistente y aplicada, quizás hubiera podido lagrimear. El cura habló bien, muy bien. Dijo aquello que había que decir, hasta lo que era totalmente falso, y omitió todo aquello que no había que decir, hasta lo que era evidente. Fue ingenuo y conservador, todo lo que Carlota y su madre –mi tía– querían, y la ceremonia fue una orgía de sentimentalismos que culminó a lo grande cuando las alumnitas del Villa María de Carlota se aparecieron para cantarle una canción.

Al rato comenzó el saludo y yo, aliviado, salí a mear. Meé largo y translúcido. Terminé y salí del baño, volví al patio y me di con el cura. Lo saludé y nos pusimos a conversar. Muy ingenuo, me mostró ilusionado al borde de la iluminación la bendición del matrimonio que acababa de celebrar. Estaba, supuestamente, firmada por Ratzinger. Ignorante de que aquello se compraba por 5 Euros en cualquier parte de Roma, me lo repetía extasiado y yo no podía esquivar la pena. Me reía, pensaba que era el hombre más ingenuo del mundo y tenía la misión de no reproducirse. Le sonreía, confiaba en que no sucedería.

FiestaAgua2003-1o

Hay gente que sencillamente no debiera reproducirse. Simplemente no tienen las armas para vivir y están condenados a juntarse con gente que tampoco las tiene y a engendrar más gente que tampoco las tendrá. Sus vientres son fábricas de sonrisas, congoja, esperanza y melancolía.

Y eso es todo lo que pienso mientras manejo borracho y evito una batida, dos batidas, y no sugiero excluirme: prefiero incluirme. Aunque haya pensado tantas veces en tener un hijo que se llame David, aunque le haya cambiado temporalmente el nombre a David por Blas ese año y medio sólo porque me enamoré de una chica que vivía en la calle Blas Cerdeña, a pesar de eso lo sé.

Pero me cago, elijo cagarme ampliamente en todo lo que sé: quiero reproducirme, tener todos los hijos que el dinero pueda sostener y cierta mujer soportar. Quiero –más que a mi vida misma– enseñarles a ponerse los zapatos, hacerse el nudo. Quiero explicarles que no es pequeño sino más bien cósmico el motivo por el cual la Inca Kola en botella de vidrio es el mejor líquido que existe. Hasta quiero explicarles cómo su mamá es la mejor mujer del mundo, si bien probablemente no lo sea.

¿Qué certezas podré jamás tener que sean más grandes que estas?




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